sábado, 14 de mayo de 2011

El viandante del Mont Maudit

Antiguamente, los barrancos de las montañas estaban habitados por demonios, dragones, monstruos y duendes. Pero en ningún otro macizo estos pululaban más que en el Grand Mont, la Gran Montaña.


En este lugar se alojaban todo clase de espíritus malignos; la lluvia y el granizo hacían estragos continuamente, con ininterrumpidos estrépitos de desprendimientos y avalanchas, y eternos vientos desencadenados. Los pastores que vivían a los pies del Grand Mont apenas se atrevían a levantar su asustada mirada hacia la cima. Sabían que todos llamaban a esta montaña el Mont Maudit y, desde hacía ya tiempo, no veían a nadie subir a sus cabañas.

Pero una tarde de verano, un viandante, de quien se rumoreaba era un mago procedente de Oriente, conmovido por el miedo de los moradores del valle y, agradecido por la generosa hospitalidad que le brindaron prometió que el cielo intervendría, sepultando en los glaciares, durante el invierno, a los espíritus del mal que infestaban el monte.

Y así lo hizo, para ello, recorrió el valle entero, pronunciando misteriosas palabras. Atraídos por la irresistible invocación, los espíritus acudieron en bandada desde los valles laterales, y de los bosques, de los barrancos rocosos y de las acequias de los torrentes, para unirse a los duendes de la llanura en un tumultuoso vuelo que poco a poco acabó por oscurecer el cielo.


El mago subió hasta lo alto del valle. Dócil, con un estruendo más fuerte que el trueno, la tropa maligna lo siguió a cada paso hasta la gigantesca prisión que los esperaba en el desierto de glaciares. Uno a uno, los espíritus fueron entrando, empujados por una fuerza invencible: y la puerta de roca se cerró para siempre en cuanto en el último demonio hubo entrado y una espesa capa de nieve lo cubrió todo.  

Desde entonces la audaz torre del Diente del Gigante resiste al empuje de los duendes malignos, que desesperadamente, pero en vano, intentan romper el hechizo del mago para poder salir.


La montaña purificada cambió otra vez su nombre, para llamarse desde entonces el Mont Blanc.


2 comentarios:

El rey lagarto dijo...

Precioso texto Mcb, veo que conservas el buen hacer y la sensibilidad.

Estoy de vuelta amiga, besets.

Que bien suena la radio.

MCB dijo...

Gracias. Cuanto me alegro de que estés de vuelta, se te echa de menos.

Un beso.

Y si, suena bien ¿verdad?