lunes, 20 de febrero de 2012

Popocatépetl y Iztaccíhuatl




El Popocatépetl, es un volcán de 5.452 metros y es la segunda montaña más alta de Méjico, que se encuentra en la frontera entre los estados de México, Morelos y Puebla, en la cordillera Neovolcánica o sierra Volcánica Transversal. Su cráter tiene unos 500 m de diámetro, y entre 250 y 300 m de profundidad. Cuenta con una pequeña boca interna y abundantes depósitos de azufre y ácido sulfúrico. Se formó sobre un volcán más antiguo llamado Nexpayantla.

Como en toda región, toda cultura, toda civilización, se tejen leyendas y la del Popocatépetl nos narra un hecho ocurrido en el tiempo en que los aztecas poblaban el valle de México, y dominaban a los pueblos vecinos, a los cuales mantenían oprimidos con el pago de grandes tributos. Por este motivo se inició una guerra entre los aztecas y los tlaxcaltecas, ya que estos últimos, cansados decidieron liberarse de tal opresión.

Resulta que la hija del cacique tlaxcalteca, llamada Iztaccíhuatl, estaba enamorada de uno de los jóvenes guerreros de su padre. Era tan grande su amor, que el joven pidió la mano de la princesa antes de partir a la guerra, para que en el caso de regresar victorioso, pudiera de inmediato casarse con ella. El cacique aceptó y concedió la mano de su hija, para cuando regresara Popocatépetl, que este era el nombre del valiente joven, y se celebraría la boda. Así pues, partió Popocatépetl hacia la guerra con hombres y armas, para luchar por la libertad de su pueblo contra los aztecas.

Resulta que después de cierto tiempo, otro joven, que también estaba enamorado de la princesa Iztaccíhuatl, y que regresó al pueblo antes de terminar la guerra, le informó falsamente al cacique que Popocatépetl había muerto en batalla. La princesa escuchó esta conversación, y a partir de entonces, lloraba amargamente la muerte de su amado, hasta que al poco tiempo, murió por la tristeza que no pudo superar

Al terminar la guerra, tal como lo había prometido, Popocatépetl regresó triunfante solo para enterarse de la reciente muerte de su amada. Ya no tenían sentido las promesas del cacique, pues el principal motivo de su lucha había desaparecido. Decidió honrar a su amada haciendo una tumba muy particular: veinte mil hombres construyeron un gran cerro frente al sol, para que permaneciera en la memoria de las siguientes generaciones, a donde él mismo llevó el cuerpo sin vida para depositarlo en la cima. Le dio un beso y con una antorcha en la mano, se arrodilló junto a ella, velando su sueño eterno. La nieve cubrió sus cuerpos y así, con el paso del tiempo, se convirtieron en los volcanes que ahora podemos apreciar desde la ciudad de Puebla. Así permanecen eternamente los enamorados, y de vez en cuando, Popocatépetl, al recordar el amor de Iztaccíhuatl, hace temblar la tierra y su antorcha revive el fuego de su corazón, cuyo humo de tristeza brota y puede verse desde muy lejos.



A partir de entonces, y hasta poco antes de la llegada de los españoles, las doncellas muertas de amores desdichados fueron enterradas en las faldas del volcán Iztaccíhuatl.

El hombre que por cobardía decidió reportar a Popocatépetl como caído en batalla, no pudo soportar el cargo de conciencia por haber desatado tan terrible tragedia, y tomó camino fuera de su pueblo, para morir solo y desorientado. Su cuerpo fue también cubierto por la nieve, convirtiéndose con el tiempo en volcán para permanecer siempre observando a quienes quiso separar, convirtiéndose en el volcán Citlaltépetl, que significa “Cerro de la Estrella” y que hoy se conoce como el Pico de Orizaba.

Fuente: Leyendas de Puebla

sábado, 19 de noviembre de 2011

Kilimanjaro



Existe una leyenda sobre el Monte  Kilimanjaro atribuida a los masai que habla de un antiguo trono guardado en Kibo. Según dicha leyenda, Menelik, hijo del rey Salomón y de la reina de Saba, salió un día de su palacio para conquistar nuevas tierras más allá de las fronteras de su reino.

El soberano logró victoria tras victoria, reuniendo grandes tesoros por donde quiera que fuera; pero, con el tiempo, se cansó de sus empresas y decidió volver a su país. Y entonces ocurrió que, al abandonar la región de la actual Tanzania, el camino que seguía se vio interrumpido de pronto por la inmensa mole del Kilimanjaro.

Convencido de que el macizo era el lugar más alto de la Tierra y que por esa razón Ngai, su dios, había de vivir en su cumbre, Menelik decidió emprender la ascensión del monte en busca del apoyo de la divinidad, pues se encontraba enfermo y tenía el presentimiento de que su fin estaba próximo. Menelik convocó a sus más fieles y esforzados guerreros para que le acompañaran hasta las proximidades del cráter, hasta el lugar de las nieves perpetuas. Pero desde este punto continuó solo, llevando consigo sus más preciados tesoros. Cuando alcanzó la cima, Menelik cayó en brazos de Ngai.

El dios lo acogió amorosamente y lo llevó a un trono que había preparado especialmente para el animoso y emprendedor soberano. Y en el preciso momento en que se sentaba en él, Menelik recobró súbitamente su salud y su vigor... Dicen que Menelik reina allí todavía, mostrando su benevolencia hacia cualquiera que escale el Kilimanjaro en honor suyo. Pero su tesoro continúa siendo inviolable, enterrado profundamente en el hielo y bajo el ojo eternamente vigilante de Ngai.

Desde entonces y hasta nuestros días, todos los escaladores que se aventuran en el interior del cráter ven un solitario y extraño pináculo de hielo que se yergue, enigmático, en medio de restos de lava. Nadie sabe exactamente lo que es... Pero todo el mundo quiere creer que este mudo y gélido monumento no es otra cosa que aquel fabuloso trono ofrecido a Menelik y que sigue en pie, eternizado, con la vida que le diera una leyenda..

domingo, 10 de julio de 2011

La Leyenda de Formigal

"Anayet y Arafita eran tal vez lo dioses más pobres de la montaña, les habían despojado de sus pinares y abetales, ni siquiera fresas o chordones, hasta  sus ganados escaseaban, sus senderos se habían convertido en  pasos de contrabandistas.

Anayet y Arafita eran pobres pero trabajadores y honrados, y poco les importaba que los otros dioses-montañas los despreciaran porque ellos en su pobreza eran felices. Es más, tenían un tesoro que por nada lo cambiarían: una hija preciosa, la diosa Culibilla a la que el cielo dotó de todas las bellezas y cualidades entre las que destacaban el candor y su hermosura. Nada quería saber nunca de las pretensiones de todos los dioses pirenaicos.


Sus mejores afectos eran sin duda hacia los corderillos que competían en blancura con los inmensos heleros y glaciales que rompían el verdor de sus montañas. Y más aún amaba a las humildes y trabajadoras hormigas blancas, que durante el verano continuaban blanqueando la montaña hasta el punto que Culibilla la bautizo con el nombre de Formigal. La tranquila paz se acabo el día que Balaitus se enamoro ardientemente de Culibilla.


Balaitus era fuerte, poderoso, temido por todos, nadie se oponía jamás a sus deseos. El amasaba las terribles tormentas del Pirineo y forjaba los rayos capaces de destruir todo lo que le apeteciera. Violento como ninguno, cuando se enfadaba y hacia correr sus carros por encima de las nubes, se estremecían hasta los cimientos de las  montañas.

¿Como iba a ser feliz Culibilla con ese dios? Naturalmente, lo rechazo como a todos los demás que la habían pretendido, pero en mal momento ya que a él era la primera vez que lo rechazaban, y juro raptarla. Anayet y Arafita temían sus furores pero, ¿qué podían hacer los pobres por defender a su hija?

En tres zancadas dicen que se presentó Balaitus ante Culibilla, decidido a cumplir su propósito. Las montañas todas estaban atónitas, sin atreverse a defender a la hermosa y desgraciada diosa, Balaitus era el Zeus de aquel Olimpo Pirenaico. Y dice la leyenda que entonces Culibilla, al verse perdida, grito: ¡A mí las hormigas!

A millares acudieron de todos los sitios las hormigas blancas que empezaron a cubrir a Culibilla ante los ojos de Balaitus que, horrorizado, emprendió la huida. Culibilla, en el colmo de la amistad y el agradecimiento, se clavo un puñal en el pecho para guardar dentro junto a su corazón, todas las hormigas: es el foru de Peña Foratata. Y cuenta que los que suben al Forau de la Peña pueden claramente escuchar los latidos de Culibilla, la diosa agradecida. Y aseguran también que en Formigal, desde entonces, ya no hay hormigas blancas: todas las tiene ella."



Fuente: Comarca a comarca

jueves, 23 de junio de 2011

AMUN-KAR

Cuentan que hace muchísimo tiempo vivía en la cordillera un pueblo de guerreros, un pueblo al que los otros llamaban "El enemigo invencible". No tenían vecinos  ni aliados, porque el primero que se animaba a entrar en su territorio sin autorización era esclavizado o aniquilado. Dicen que no hubo país donde las piedras y las flores fueran más rojas, porque allí la sangre de las guerras había penetrado hasta las capas más profundas de la tierra. Entre los invencibles no había lugar para los débiles: los  niños mamaban el valor de los pechos ceñidos de sus madres y alimentándose con carne cruda se convertían en hombres altos y fuertes como montes.

Este pueblo tuvo un jefe valiente y formidable llamado Linko Nahuel, el “tigre que salta”. Era tan valeroso como feroz, y cuentan que si alguien hubiera podido navegar en los ríos de sus venas hubiera visto hervir la sangre. Entre todas las montañas del país de Linko Nahuel se distinguía el pico nevado del cerro Amun-Kar, el monte sagrado que es el trono de Dios. Dominaba el paisaje con sus laderas que subían verdes y boscosas. A veces, la montaña se transformaba, lanzaba humo y fuego hacia el cielo, bombardeando a los Mapuches con rocas incandescentes que parecían las tokikuras de Dios. Y la gente le tenía más miedo que a la furia de Linko Nahuel.

Un amanecer, mientras acampaban en el gran valle que se encontraba a los pies del Amun-Kar, los centinelas bajaron corriendo las laderas para contar lo que habían visto. Miles y miles de enanos armados, avanzaban por la cuesta de la montaña sagrada.

Linko Nahuel sintió como la cólera le subía por el pecho, como sus brazos ansiaban descargar un golpe contra los invasores que ni permiso habían pedido; él los aplastaría, una vez más la sangre correría por las sendas y los arroyos. Pero Linko Nahuel también era astuto, y conocía el valor de los planes. Por eso llamo a sus segundos y les ordeno:

“Vayan a entrevistarse con el jefe de los enanos. Cúbranse con cueros de guanacos y puma, píntense la cara del modo más horroroso y adórnense con las plumas de choike mas largas y oscuras que tengan. Y sobre todo, ya saben, mirada severa y pocas palabras. Así los intimidaremos. Ya van a ver cuando comiencen la retirada, ahí caeremos sobre ellos”.

Los emisarios se fueron confiados, pero volvieron humillados y furiosos a rendir cuentas ante Linko Nahuel: - “Los enanos son gente de montañas y planean quedarse a vivir en el Amun-Kar, no conocen tu nombre y no tienen miedo de la ira de Dios. Son tan chiquitos como un anchimallen, pero hay que reconocer que son valientes y tantos, que cuando nos rodearon no veíamos nada mas allá”.

Entonces Linko se dispuso para la guerra y partió. Trepaban la cuesta, cuando sorpresivamente los enanos se lanzaron desde arriba sobre ellos, hiriéndolos con miles de flechas y lanzas diminutas. Defenderse era difícil. Linko alentaba a los suyos para alcanzar a los pigmeos, pero estos se protegían detrás de paredones y salientes, y desde allí empujaban la nieve y piedras que caían en alud sobre el ejército invencible. Los enanos eran muchos y rodearon a los mapuches. La tierra y la nieve se teñían de sangre, y Linko Nahuel, enfurecido, pedía refuerzos con gritos desaforados.

Los enanos se dieron vuelta y comenzaron a huir con extraordinaria agilidad montaña arriba dejando atrás a Linko Nahuel, que los perseguía. Pero los guerreros de Linko  eran gente de los valles y de las hondonadas y no podían competir con sus enemigos, que milagrosamente se perdieron de vista. La trampa estaba tendida: los enanos salieron de sus escondites y los atraparon uno por uno.

El cacique de los enanos dictaminó su sentencia: “Todos los prisioneros mapuches deberían subir hasta la cumbre y desde allí serian precipitados; él último en caer seria Linko Nahuel, para que viera la muerte muchas veces antes de dar su último salto”.

Penosamente subía el tigre derrotado pisando por primera vez las rocas de la cima. Cuando el enano dio la orden de detenerse ataron a los prisioneros de pies y manos y comenzó el castigo.


Empujaron al primer mapuche al precipicio. Erguido y rígido, Linko miraba la distancia, ese paisaje nuevo que no lo dejaba recordar, que aplacaba por primera vez su sangre huracanada. Entonces se escucho el primer estruendo, los estallidos interiores de la montaña de Dios. Las rocas volaron en mil pedazos. Un viscoso lago de fuego arrastró a los mapuches y enanos, que mezclaron sus gritos y quedaron confundidos en la misma ceniza.

Y Dios dispuso que los dos jefes se sentaran frente a frente, para que contemplaran juntos el horror, provocado por la osadía de llevar la guerra a su montaña. Para que el castigo fuera eterno los convirtió en piedra; y desde ese entonces fueron cubiertos muchas veces por la lava ardiente o el hielo, condenados a escuchar el tronar intermitente de su furia. Por eso la gente del valle ya no llama al cerro Amun-Kar sino Tronador, y dicen los mapuches que los dos caciques esperan en vano el día en que Dios se duerma y puedan despertar ellos para vengar a sus pueblos.



FuenteMauchaulil. Cultura fálica en Chile.

sábado, 4 de junio de 2011

El pico Aneto

Después de apagarse  las últimas ascuas de la inmensa hoguera que provocó la muerte de la diosa Pyrene, poco a poco, todo empezó a renovarse, a llenarse de  vida y alegría, primero las nieves lo cubrieron todo y luego, con el deshielo de la primavera  se deshilacharon en miles de riachuelos que fueron empapando los prados y los bosques crecieron de nuevo.

Las flores de nieve volvieron; las águilas y los quebrantahuesos volaban por los riscos y las ardillas y las mariposas, los osos y todos los animales del bosque lo devolvieron a la vida, así que por fin el Pirineo se convirtió en el precioso jardín que ahora conocemos. Y pronto también, los gigantes prendados desde siempre de ese parque se adueñaron de él.

Sabemos,  porque los antiguos griegos así nos lo contaron, de la lucha titánica de los gigantes con los dioses. Según éstos sabios, los gigantes colocaban montaña sobre montaña para desalojar a los dioses del Olimpo, manejaban los grandes árboles que encendían para convertirlos en antorchas y los blandían amenazadores contra el cielo para provocar el pánico a los hombres y a los dioses.

Decían los oráculos que los dioses jamás podrían ganar a los gigantes si no luchaba con ellos algún mortal pero finalmente, fueron los dioses, con la ayuda de Heracles,  los vencedores y aquella raza terrible y maldita de los gigantes desapareció de la tierra, aunque alguno de ellos logró escapar y se escondió. 

Entre los gigantes que se escondieron en las montañas había uno llamado Netu que era el mas perverso de todos ellos.  Era pastor y todo lo quería para su ganado y todo aquello que se cruzaba en su camino y no era de su agrado le hacía presa de la furia. Era muy cruel y en mas de una ocasión, si se cruzaba con algún hombre se lo tragaba. Netu era altivo, cruel, siempre enfadado y disfrutaba con su maldad.

Cuenta la leyenda que un día apareció en el valle un peregrino. Nadie sabía quién era ni de donde venia, vivía casi de limosna o trabajando en lo que le pedían, con muy poco se conformaba.

Al atardecer y una vez que finalizaba su trabajo, cuando lo había, jugaba con los niños y les contaba preciosas historias. Enseguida se ganaba el afecto de todo el mundo, y cuando veía a todos en armonía se marchaba a otro lugar, era como si él fuera sembrando la paz.  Sabían que quería cruzar la montaña y quisieron disuadirlo pues tendría que pasar por los dominios de Netu,  él los tranquilizo diciéndoles  que él nunca se había peleado con nadie que no temieran, así que cogió su hatillo y marchó hacia el norte a cruzar el Pirineo.

Hacía mucho calor y fue agotando las provisiones que le dieron en el pueblo pero continuo su camino. Sudoroso y casi agotado diviso a lo lejos un vallecito y  un rebaño, pensó  que  por lo menos allí habría agua  y podría ayudar a los pastores a cambio de un churrusco de pan. La marcha le resulto dura y fue al atardecer cuando alcanzó el valle.


De súbito se encontró frente al gigante, era enorme, con barbas, sucio y con cara de pocos amigos. Sin ningún temor se acerco a pedirle agua, Netu altivo se la negó, diciéndole que el agua era para su rebaño, y que se fuera antes que se arrepintiera y le impidiera marchar.
El peregrino con voz tranquila le respondió:

Veo que tienes el corazón duro como la piedra. Ojala que todo tú te conviertas en  piedra.


En el mismo instante que el peregrino pronunció estas palabras el gigante quedó petrificado y convertido en lo que hoy es: el pico  de  Aneto.




sábado, 14 de mayo de 2011

El viandante del Mont Maudit

Antiguamente, los barrancos de las montañas estaban habitados por demonios, dragones, monstruos y duendes. Pero en ningún otro macizo estos pululaban más que en el Grand Mont, la Gran Montaña.


En este lugar se alojaban todo clase de espíritus malignos; la lluvia y el granizo hacían estragos continuamente, con ininterrumpidos estrépitos de desprendimientos y avalanchas, y eternos vientos desencadenados. Los pastores que vivían a los pies del Grand Mont apenas se atrevían a levantar su asustada mirada hacia la cima. Sabían que todos llamaban a esta montaña el Mont Maudit y, desde hacía ya tiempo, no veían a nadie subir a sus cabañas.

Pero una tarde de verano, un viandante, de quien se rumoreaba era un mago procedente de Oriente, conmovido por el miedo de los moradores del valle y, agradecido por la generosa hospitalidad que le brindaron prometió que el cielo intervendría, sepultando en los glaciares, durante el invierno, a los espíritus del mal que infestaban el monte.

Y así lo hizo, para ello, recorrió el valle entero, pronunciando misteriosas palabras. Atraídos por la irresistible invocación, los espíritus acudieron en bandada desde los valles laterales, y de los bosques, de los barrancos rocosos y de las acequias de los torrentes, para unirse a los duendes de la llanura en un tumultuoso vuelo que poco a poco acabó por oscurecer el cielo.


El mago subió hasta lo alto del valle. Dócil, con un estruendo más fuerte que el trueno, la tropa maligna lo siguió a cada paso hasta la gigantesca prisión que los esperaba en el desierto de glaciares. Uno a uno, los espíritus fueron entrando, empujados por una fuerza invencible: y la puerta de roca se cerró para siempre en cuanto en el último demonio hubo entrado y una espesa capa de nieve lo cubrió todo.  

Desde entonces la audaz torre del Diente del Gigante resiste al empuje de los duendes malignos, que desesperadamente, pero en vano, intentan romper el hechizo del mago para poder salir.


La montaña purificada cambió otra vez su nombre, para llamarse desde entonces el Mont Blanc.


sábado, 23 de abril de 2011

El almeal de Pablo

A mediados del siglo XVI, existía en lo profundo de la sierra de Gredos, un granjero llamado Pablo Martínez. Este hombre era admirado y a la vez envidiado por los demás granjeros de la región ya que todos los años conseguía una gran cosecha de cereales. Pero además de buen agricultor, este hombre era también muy enigmático, se contaba que un año de grandes tormentas, su hijo desapareció sin dejar ningún rastro mientras su padre disfrutaba de la construcción de un almeal con el heno que había conseguido en sus plantaciones.

Se decía que los almeales de Pablo eran los más grandes y más perfectos de la zona y eso producía una gran curiosidad a la gente. Por ello, algunos vecinos se escondieron entre la cebada para espiar al granjero ya que se decía que practicaba brujería.

Con asombro, observaron cómo Pablo se levantó y en torno a una gran hoguera cogió una azada y comenzó a golpear bruscamente uno de sus grandes almeales mientras pronunciaba un extraño lenguaje. De repente comenzó a salir sangre de ese almeal y los vecinos huyeron despavoridos. Pablo fue acusado de brujería ante el tribunal de la Inquisición y fue condenado a muerte en la horca.

Pasaron los años y esos amelaes se fueron secando a la vez que los hombres del pueblo morían por su avanzada edad, pero cuál fue la sorpresa al observar que los cadáveres de las personas, una vez enterrados, iban desapareciendo sin ninguna explicación.

Pasaron los años y un grupo de montañeros descubrieron en el corazón de la Sierra de Gredos una extraña montaña con forma de ataúd, al llegar a la ansiada cima, los montañeros desaparecieron dejando sólo un diario de expedición de donde se ha sacado esta historia.

La leyenda dice que ese pico fue llamado el almeal de Pablo y que los cadáveres de la gente del pueblo fueron amontonados por Pablo y más tarde se convirtieron en piedra, también se dice que en la cima se puede distinguir la figura de un niño, el hijo del granjero, cuya alma fue vendida al demonio y por último, se dice que cada vez que alguien muere en los pueblos de alrededor, la montaña aumenta unos centímetros de altura...


Fuente  

lunes, 28 de marzo de 2011

La colina de los gigantes de piedra

Cuenta la leyenda que en tiempos pretéritos, en los espesos bosques de los montes Urales vivía la poderosa tribu de los Mansi, cuyos hombres eran capaces de vencer a los osos y de correr más rápido que los ciervos. 

Los Mansi eran una antigua tribu de cazadores y expertos curtidores, las mujeres realizaban prendas de piel fina, únicas en todos los Urales. Se cuenta que los espíritus que habitaban en la montaña sagrada Yalping. Nyeri, ayudaban a los Mansi porque su líder Kuuschay era un hombre sabio y sabía contentarlos. 

El líder tenía dos hijos, una mujer y un barón. Su hija, esbelta como los pinos que crecen en los bosques densos cantaba tan bien que incluso los venados corrían fuera del valle de Ydzhid-Lyagi para escucharla. 

Los rumores sobre la belleza de la hija de Kuuschay, llegó hasta los oídos del gigante Torev, que junto a su familia se encontraba cazando en las cercanas montañas Haraiz. El gigante, embelesado por la belleza de la joven, exigió su mano a Kuuschay. Pero el viejo líder se negó a entregar a su hija y Torev, enfurecido, llamó a sus hermanos gigantes para tomarla por la fuerza. 

Aprovechando que el hijo del líder, Pygruchum, junto a los guerreros de la tribu habían salido a las montañas a cazar. Los gigantes asediaron al pueblo de los Mansi que, durante todo un día, resistieron los envites de los titanes desde sus altas murallas de hielo. Bajo una nube de flechas, el jefe Kuuschay gritó desde la torre más alta: -¡ Oh, buenos espíritus, salvadnos de la muerte! ¡Que Pygrychum vuelva a casa!

En ese mismo instante, entre truenos y relámpagos, bajó un espeso manto de nubes de las montañas que en segundos cubriría la ciudad para protegerla de los gigantes. Pero el gigante Torev, corriendo y aplastando todo a su paso y enarbolando su gigantesca maza, llegó hasta la base de la fortaleza justo en el momento en el que el líder bajó de la torre y en el que las negras nubes lo cubrían todo y, con todas sus fuerzas, descargó su maza contra la muralla de cristal que se desmenuzó en millones de pequeños trozos. La oscuridad era total y el viento soplaba con fuerza haciendo volar los pequeños cristales por doquier. Los gigantes decidieron esperar en la cresta de la montaña a que las nubes se disiparan y a que los primeros rayos del alba iluminaran los restos de la fortaleza para poder acabar con los que hubiesen sobrevivido, pero éstos, aprovechando la oscuridad mágica que les habían regalado los espíritus había huido sin ser vistos a las montañas cercanas. 

Al amanecer, la niebla comenzó a disiparse, los gigantes estaban preparados de nuevo para el asalto pero, ante su sorpresa, los primeros rayos del sol mostraron al joven Pygrychum encabezando a su ejército de guerreros. En el brazo del guerrero, refulgía un brillante escudo y en su mano, portaba una espada que le habían dado los buenos espíritus para vencer a los gigantes. Alzando la espada al sol, de su punta surgió un haz de fuego que se dirigió directamente hacia los ojos de Torev, que enfurecido, corría junto a sus hermanos contra Pygruchum y los guerreros. Lentamente, los movimientos de los gigantes se fueron ralentizando, el haz de luz se convirtió en una gigantesca cúpula que cubría a los titanes y al propio Pygruchum, los guerreros de los Mansi contemplaban a distancia la escena, preparados para actuar en cualquier momento y, de repente, un crujido sonó en lo alto del monte, tan fuerte como un trueno y se apagó la reluciente luz. Los gigantes se habían convertido en piedra pero, para conseguirlo, el joven Pygruchum se había sacrificado y había corrido la misma suerte. 


Desde ese lejano día, en la remota taiga de los Urales, permanecen impasibles al paso del tiempo las figuras pétreas de los gigantes y del guerrero que consiguió vencerlos y, en todas las montañas de los alrededores se pueden encontrar desperdigados pequeños cristales de roca, restos de la fortaleza de los Mansi que Torev destruyó con su maza. 

Esta peculiar leyenda, es una de las muchas que se cuentan sobre las espectaculares formaciones geológicas de Man-Pupu-Nyor (Мань-Пупу-Нёр), que en idioma local significa “pequeña montaña de los Dioses” o “pequeña montaña de los ídolos”. 


Estos tótems se encuentran en la frontera euro-asiática, en la república Komi, en las suaves colinas del interior de los montes Urales. Llegar allí no está al alcance de todos, puesto que el núcleo poblado más cercano se encuentra a 200 kilómetros de distancia y, o bien se llega en helicóptero, o bien se llega caminando durante varios o días o en moto de nieve, en invierno.