lunes, 28 de marzo de 2011

La colina de los gigantes de piedra

Cuenta la leyenda que en tiempos pretéritos, en los espesos bosques de los montes Urales vivía la poderosa tribu de los Mansi, cuyos hombres eran capaces de vencer a los osos y de correr más rápido que los ciervos. 

Los Mansi eran una antigua tribu de cazadores y expertos curtidores, las mujeres realizaban prendas de piel fina, únicas en todos los Urales. Se cuenta que los espíritus que habitaban en la montaña sagrada Yalping. Nyeri, ayudaban a los Mansi porque su líder Kuuschay era un hombre sabio y sabía contentarlos. 

El líder tenía dos hijos, una mujer y un barón. Su hija, esbelta como los pinos que crecen en los bosques densos cantaba tan bien que incluso los venados corrían fuera del valle de Ydzhid-Lyagi para escucharla. 

Los rumores sobre la belleza de la hija de Kuuschay, llegó hasta los oídos del gigante Torev, que junto a su familia se encontraba cazando en las cercanas montañas Haraiz. El gigante, embelesado por la belleza de la joven, exigió su mano a Kuuschay. Pero el viejo líder se negó a entregar a su hija y Torev, enfurecido, llamó a sus hermanos gigantes para tomarla por la fuerza. 

Aprovechando que el hijo del líder, Pygruchum, junto a los guerreros de la tribu habían salido a las montañas a cazar. Los gigantes asediaron al pueblo de los Mansi que, durante todo un día, resistieron los envites de los titanes desde sus altas murallas de hielo. Bajo una nube de flechas, el jefe Kuuschay gritó desde la torre más alta: -¡ Oh, buenos espíritus, salvadnos de la muerte! ¡Que Pygrychum vuelva a casa!

En ese mismo instante, entre truenos y relámpagos, bajó un espeso manto de nubes de las montañas que en segundos cubriría la ciudad para protegerla de los gigantes. Pero el gigante Torev, corriendo y aplastando todo a su paso y enarbolando su gigantesca maza, llegó hasta la base de la fortaleza justo en el momento en el que el líder bajó de la torre y en el que las negras nubes lo cubrían todo y, con todas sus fuerzas, descargó su maza contra la muralla de cristal que se desmenuzó en millones de pequeños trozos. La oscuridad era total y el viento soplaba con fuerza haciendo volar los pequeños cristales por doquier. Los gigantes decidieron esperar en la cresta de la montaña a que las nubes se disiparan y a que los primeros rayos del alba iluminaran los restos de la fortaleza para poder acabar con los que hubiesen sobrevivido, pero éstos, aprovechando la oscuridad mágica que les habían regalado los espíritus había huido sin ser vistos a las montañas cercanas. 

Al amanecer, la niebla comenzó a disiparse, los gigantes estaban preparados de nuevo para el asalto pero, ante su sorpresa, los primeros rayos del sol mostraron al joven Pygrychum encabezando a su ejército de guerreros. En el brazo del guerrero, refulgía un brillante escudo y en su mano, portaba una espada que le habían dado los buenos espíritus para vencer a los gigantes. Alzando la espada al sol, de su punta surgió un haz de fuego que se dirigió directamente hacia los ojos de Torev, que enfurecido, corría junto a sus hermanos contra Pygruchum y los guerreros. Lentamente, los movimientos de los gigantes se fueron ralentizando, el haz de luz se convirtió en una gigantesca cúpula que cubría a los titanes y al propio Pygruchum, los guerreros de los Mansi contemplaban a distancia la escena, preparados para actuar en cualquier momento y, de repente, un crujido sonó en lo alto del monte, tan fuerte como un trueno y se apagó la reluciente luz. Los gigantes se habían convertido en piedra pero, para conseguirlo, el joven Pygruchum se había sacrificado y había corrido la misma suerte. 


Desde ese lejano día, en la remota taiga de los Urales, permanecen impasibles al paso del tiempo las figuras pétreas de los gigantes y del guerrero que consiguió vencerlos y, en todas las montañas de los alrededores se pueden encontrar desperdigados pequeños cristales de roca, restos de la fortaleza de los Mansi que Torev destruyó con su maza. 

Esta peculiar leyenda, es una de las muchas que se cuentan sobre las espectaculares formaciones geológicas de Man-Pupu-Nyor (Мань-Пупу-Нёр), que en idioma local significa “pequeña montaña de los Dioses” o “pequeña montaña de los ídolos”. 


Estos tótems se encuentran en la frontera euro-asiática, en la república Komi, en las suaves colinas del interior de los montes Urales. Llegar allí no está al alcance de todos, puesto que el núcleo poblado más cercano se encuentra a 200 kilómetros de distancia y, o bien se llega en helicóptero, o bien se llega caminando durante varios o días o en moto de nieve, en invierno. 



viernes, 11 de marzo de 2011

La mujer muerta


Dice una leyenda que fue Hércules quien fundó la ciudad de Segovia. Un poco al sur de la ciudad, donde empieza la sierra, hay un monte cuyas estribaciones llegan al llano y que tiene la forma de una mujer tumbada. Las gentes le llaman la Mujer Muerta.




Cuentan que una vez, hace muchísimos años, vivía en aquellas tierras un gran rey. El rey era viudo y tenía una sola hija, a quien quería y mimaba como a nadie en el mundo. Vivía con el temor de que un día apareciera un príncipe de su rango que pudiera pedir su mano y Ilevársela de su lado  para siempre.


La princesita era trigueña y graciosa e iba creciendo cada vez mas hermosa. Soñaba la princesita también con un príncipe; pero el suyo era un príncipe encantado y hermoso de voz varonil y cabellos de oro...


Un día, que la princesa jugaba con las doncellas de la corte mientras se bañaba en el río, que bajaba limpio y fresco de las montañas se presentó de repente entre ellas un extranjero que parecía haber llegado por los aires. 




Junto a él, un hombre fornido parecía servirle y protegerle: era Hércules, que venía a construir la ciudad de Segovia. Todas las doncellas corrieron asustadas hacia el bosque, llamando a la guardia. Sólo la princesa, serena y firme, se quedó quieta  sonriendo. Acudieron en seguida Los soldados del rey; pero Hércules los rechazó y estos huyeron hacia el castillo para advertir al monarca. El viejo soberano pareció recibir la noticia con benevolencia. Hospedó al extranjero en su corte, y hasta accedió cuando unos días más tarde, el joven le pidió la mano de su hija.


Pero una mañana en que el forastero y Hércules partieron para fundar Segovia, el rey mandó llamar a la princesa, y partió con ella a caballo hacia la serranía. Aquellos montes eran entonces un bosque intrincado de pinos y abetos oscuros. Pasaron las horas silenciosas y lentas.



Al anochecer, el rey volvió solo a palacio. En el castillo todo era barullo y alegría. Se preparaba la marcha de los extranjeros y se celebraban al mismo tiempo los esponsales de la princesa. El rey cruzó sombrío por la fiesta y se aisló en el fondo de su palacio. Pasaron las horas.

El príncipe estaba impaciente porque nadie le daba razón de la princesa. La fiesta y el barullo le agobiaban, y quiso estar solo. 


Montó, pues, a caballo y galopó hacia el bosque, hacia aquella praderita, donde por vez primera vio a la princesa entre sus juegos. Cruzó el llano, y en la ladera del monte, al salir a un claro, divisó, tendida, una forma blanca con las manos cruzadas sobre el pecho. Era la princesa, muerta.




La leyenda cuenta que el príncipe mandó entonces a Hércules que tallara en aquellos mismos montes el cuerpo de la joven. Vista desde Segovia, una parte de la sierra tiene, en efecto, la forma de una figura de mujer tendida y yerta, con las dos manos enlazadas sobre el pecho.

Dicen que el príncipe desapareció por los aires y que desde entonces, convertido en nube, viene de cuando en cuando a la sierra, a contemplar a su amor... Son esas nubes que se quedan prendidas como jirones, insistentemente, en la frente de la Mujer Muerta.