domingo, 5 de diciembre de 2010

El cantar de Rolando Parte II

Quedando solo, el caballero Rolando huía de los guerreros musulmanes después de haber fracasado la expedición a Zaragoza.  Sus tropas habían sido devastadas en la batalla de Roncesvalles. Los ejércitos de Carlomagno, dispersos y acabados, se replegaban como buenamente podían hacia las tierras seguras del otro lado de los Pirineos. La caballería enemiga los perseguía, y diezmaba sin compasión los grupos de rezagados.


Rolando estaba malherido. Su espada Durandarte goteaba sangre sarracena, y estaba mellada por la dureza del combate. Apenas conseguía mantener el rumbo de sus agotados pasos, después de abandonar a su caballo Vigilante, que había muerto. Logró a trancas y barrancas llegar a Ordesa. A sus espaldas escuchaba los cascos de los incansables caballos enemigos. Ya no podría hacer frente de nuevo a sus perseguidores; las pocas fuerzas que aún lo sostenían en pie las reservaba con un solo objetivo: llegar a su patria, lograr que su cuerpo, al menos, si su espíritu le abandonaba, fuera sepultado bajo la tierra que lo vio nacer. Pero delante de él se alzaba una mole de piedra, rocas y hielo. Era el último obstáculo, mas en su situación era un obstáculo insalvable. Viéndose solo y a punto de morir, tocó el olifante. Quizás Carlos y su hueste lo escucharían y regresarían al campo de batalla, sobre el cual ahora yacían los doce pares; al menos así rescatarían los cadáveres y les darían un digno entierro.

Rolando miró su espada, que tantas veces le había salvado de la cimitarra de los moros. Presentía que iba a morir. Decidió que con su magullado cuerpo podrían hacer lo que quisieran, pero que su fiel arma no sería ultrajada por los enemigos. Levantó a Durandarte sobre su cabeza, sujetó la empuñadura con las dos manos y la arrojó lejos, tanto que a punto estuvo de pasar por encima de la montaña y llegar a su país. Con un último esfuerzo, Rolando se arrastró para recuperar la espada. Miró ante sí. No pudo evitar que una lágrima lo traicionara cuando recordó su infancia, su familia, su casa. Daría todo, incluso su alma doliente, a cambio de contemplar por última vez la inalcanzable patria. Apretó los dientes, empuñó de nuevo a Durandarte, y la volvió a lanzar, esta vez en línea recta.

La espada rasgó el aire con un silbido. Recorrió miles de metros en dirección a la montaña. Pero no chocó contra ella. Durandarte hendió limpiamente la pura roca, la atravesó, la abrió en canal. Después se perdió a lo lejos, al otro lado de los Pirineos. Y a través de la brecha abierta, Rolando miró serenamente aquellas otras montañas más lejanas, pero muy próximas a su corazón, porque eran parte de su tierra.

Y el guerrero pudo así morir tranquilo, con los ojos abiertos, ya sin luz, pero fijos en la hendidura de la montaña que se llamó, desde entonces, la Brecha de Rolando.


Carlomagno escuchó a lo lejos el sonido del olifante y no dudó más en regresar. Todavía Ganelón intentó persuadirlo, pero ya era clara su traición para el rey. Carlos ordenó que apresaran de inmediato al conde y que lo llevaran al castillo en Francia. Luego regresó a Roncesvalles para enfrentar la muerte de su sobrino y de sus mejores hombres. Sin embargo, aún lo esperaba una batalla, pues Baligán, el emir de Babilonia, había llegado a España en auxilio de Marsil. Fue así como Carlos tuvo la oportunidad de vengar a su sobrino y a sus doce pares, trabando un duro combate con Baligán y sus huestes, y resultando, finalmente, vencedor.

Antes de regresar a Francia, el rey Carlos capturó a Bramimonda, esposa de Marsil. Con ella y otros prisioneros sarracenos, volvió a su reino para enjuiciar al traidor. Ganelón afirmó que no existió traición; que, antes bien, él corrió un gran riesgo al ser enviado como mensajero ante Marsil, por sugerencia de Rolando, su hijastro; que él sólo cobró venganza poniéndolo en la retaguardia, pero jamás entabló convenio con los sarracenos, para que ahí lo emboscaran y asesinaran. Entonces Pinabel, un caballero famoso por su buena retórica, tomó la defensa de Ganelón y añadió que nada ganaría el rey con matar al conde, pues así no recuperaría la vida de su sobrino; pidió, pues, que Ganelón fuese perdonado y admitido como servidor de Carlos, ya que así pagaría mejor su error, si es que lo hubo, y sería de alguna utilidad al reino.

Las palabras de Pinabel convencieron a la corte, pero entonces habló Terrín, un caballero que parecía inferior al primero, tanto en fuerzas como en argumentos; pero estaba dispuesto a hacer justicia a Rolando y a no dejar que Ganelón quedara sin castigo. En tales casos, la costumbre era que defensor y acusador se enfrentaran en un combate singular y que la fuerza y las armas decidieran de qué lado estaba la razón. Pinabel, a pesar de su primacía guerrera, fue derrotado y así Terrín ganó la condena de muerte para Ganelón y Rolando quedó vengado.

La reina de Zaragoza, Bramimonda, se convirtió al cristianismo y quedó bajo la protección de Carlos. El rey no encontró la paz después de vengar a su sobrino, pues la noche en que murió Ganelón, se le apareció en sueños el ángel Gabriel, convocándolo a que reuniera sus huestes. Al día siguiente saldría rumbo a Ebira, para defender de los paganos al rey Vivién.

4 comentarios:

trippero dijo...

A pesar de la tragedia, la canción de Rolando es una romántica y maravillosa historia. La Edad Media está plagada de hermosas historias y leyendas, y el Pirineo es escenario de muchas de ellas.
Muy bien contada y gráficamente ambientada.
Si a eso le unimos esas tres canciones que amenizan la lectura, ¡chapeau!
Tengo el atrevimiento de proponerte otra trágica historia que cuenta la historia de ese imponente macizo que es Monte Perdido.

Corre el siglo V, y el caudillo visigodo Eurico ha arrasado un pueblo del Pirineo; tres hermanas huérfanas de madre, que iban a casarse ese día se han escondido mientras su padre y sus novios han sido prisioneros. Cuando regresan al pueblo, ven desolación, muerte y un herido visigodo al que curan bajo promesa de liberación de los prisioneros. Llevado al campamento, son recibidas cordialmente pero, transcurridos los días recuerdan al soldado su compromiso quien les dice que sus novios, previa adjuración de fé se han casado con tres godas y que ahora están en misión de Eurico. Al pasar del tiempo, mermado el dolor, una joven se casa con el joven salvado y las otras con sendos guerreros. La noche de bodas se les aparece el espectro del padre y las jóvenes huyen del campamento instalándose de penitentes en tres barracas a espaldas de Monte Perdido. Los tres prisioneros son ahorcados mientras una terrible avalancha de nieve sepulta las chozas de las tres desdichadas y un espantoso terremoto levanta, sobre ese lugar que ocupan, tres sombríos montes: las Tres Serols, (Taillón, Cilindro, o soum de Ramond y Pico Añisclo)como recuerdo de aquella triple apostasía y en respuesta a una maldición.
Enhorabuena María.

MCB dijo...

Gracias por contarme esa historia, que no conocía. Me gustan mucho las leyendas populares ya sabes.

El rey lagarto dijo...

Bona nit Mcb

Épica y entretenida historia, quien iba a pensar de donde venia la brecha de Rolando.

Gracias por tus palabras, besos.

MCB dijo...

Bona nit y gracias Rey, me alegro de "verte" otra vez.

Lo cierto es que este tipo de historias son entretenidas

Un abrazo