Todo lo que está saliendo estos días en la prensa sobre Garzón, lo que por cierto me asusta bastante, ya que me parece inmoral que después de más de treinta años de democracia sigan sucediendo estas cosas, como si Franco hubiera muerto ayer. No solo me asusta el hecho de que aun haya personas que siguen su doctrina sino que el principal partido de la oposición y que si Dios no lo remedia nos gobernará un día estos, lo apoye y que los todopoderosos jueces sean capaces de juzgar, e intentar inhabilitar, ya no solo a un compañero, sino a un gran juez que lo único que ha hecho, entre otras muchas cosas, ha sido iniciar el proceso para juzgar a la red de corrupción más importante de los últimos años en España, e intentar que las víctimas del franquismo, de la dictadura, sean recuperadas de las cunetas para recibir un entierro digno.
Como decía todo esto me ha llevado a recordar una historia que leí hace un par de meses en un periódico de tirada nacional. Un artículo que el periodista titulaba “Las dos muertes de Rafael Mesa” y que me impactó por el drama humano que encierra.
En dicho artículo se cuenta la historia de un hombre de Málaga llamado Rafael Mesa Leal, que durante la guerra civil fue chófer y mecánico del Estado Mayor del ejercito republicano. Su mujer, Dolores y su hijo de pocos meses le habían seguido por el frente y a punto estuvieron de morir de hambre en distintas ocasiones. En 1937 y en un permiso que solicitó, Rafael Mesa se encontró en Alicante con su mujer y su hijo que por entonces tenía un año de edad y esa fue la última vez que le vieron.
Terminada la guerra, Rafael no volvió a su casa. Su mujer pensó que volvería en alguno de los barcos de refugiados que llegaban a Málaga, pero nunca regresó aunque ella no dejo de ir a recibir los barcos por si llegaba.
Dolores no volvió a casarse y para sacar a su hijo adelante trabajaba fregando suelos como hicieron tantas y tantas mujeres en esos años, volvía a su casa con los nudillos de sus manos sangrando, al tiempo que seguía buscando a su marido Rafael.
Finalmente en el año 1953, un hombre llamado Antonio que fue compañero de Rafael durante la guerra, logró contactar con ellos y se reunió con el hijo de Rafael, llamado como su padre, en un bar de Málaga. Allí le contó que al llegar a Vic el 29 de Enero de 1939 les sorprendió un bombardeo, el padre de Rafael se protegió dentro del coche que conducía y Antonio debajo de un puente. Cuando cesó el bombardeo volvió al coche y encontró a Rafael como desvanecido, no se le veían heridas de metralla y no sabía si estaba vivo o muerto así que llamó a los camilleros que le llevaron al Hospital de Santa Creu. Antonio abrió la maleta de Rafael, en la que llevaba chocolate, que había ido guardando para su hijo y recogió una fotografía que llevaba en la que escribió la fecha y que le entregó al hijo de Rafael cuando años mas tarde se encontraron.
A Rafael le habían robado la documentación, pero afortunadamente llevaba el nombre bordado en su camisa y fue así como le inscribieron en el registro de fallecidos.
Pasaron muchos años hasta que Rafael localizó el paradero de su padre y pudo enviar una solicitud a la Generalitat de Cataluña para exhumar sus restos y poder cumplir la promesa que le había hecho a su madre al morir, a los 90 años, de que si le encontraba les enterrarían juntos. Se colocó en la fosa común donde estaba enterrado una placa con su nombre.
Para poder registrar la defunción de su padre, Rafael tuvo que pedir una partida de nacimiento y cuando se la entregaron vio que en un margen decía: “Muerto en Toulouse en 1985”.
Pensando que era un error volvió a contactar con la Generalitat que le ayudo a aclarar el misterio y a encontrar a la familia del otro Rafael Mesa enterrado en Francia.
Contactó con el hijo del otro Rafael quien le contó que su padre al morir le había confesado que en realidad no se llamaba Rafael Mesa sino Rufino Álvarez y que huyendo de la guerra para poder pasar a Francia había robado la documentación de un cadáver.
Es innegable que esta historia es un drama para la familia de Rafael Mesa que durante más de 70 años le estuvo buscando hasta que finalmente lo encontraron en una fosa común en Vic.
Pero no lo fue menos para Rufino Álvarez que durante esos 70 años, para poder sobrevivir tuvo que robar la documentación a un cadáver y renunciar a su autentica identidad, y sus raíces y vivir con el nombre de otro, con la angustia que debe de suponer que un día alguien te descubra. Para su familia, el descubrir que no eran quienes habían creído ser durante casi 50 años, también debe de ser muy difícil afrontar este hecho.
El hijo del autentico Rafael Mesa quiere que se cambié el nombre de la lápida de Toulouse, a lo que el hijo del falso Rafael se niega.
Me pregunto si con el paso de los días estas dos familias habrán podido llegar a un acuerdo y los dos, Rafael y Rufino puedan descansar en paz.
1 comentario:
La única solución pasa siempre por lo mismo. Mis padres son hijos a su vez de un afecto al régimen y de un combatiente republicano. Lo que ha unido el amor nunca lo separará nadie.Pero es difícil encontrar carambolas para todos.
Y sí , teniendo los dos puntos de vista en la familia se llega a conclusiones como que todo fué un sinsentido del que se aprovecharon unos cuantos.
La leí yo también ,es una historia terrible, así que gracias por recordárnosla.
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