sábado, 22 de mayo de 2010

Picos de Europa -2-




Son muchas las montañas del macizo que han recibido nombre según su coloración. Así la Torre Blanca y la Peña Blanca, la Peña Negra, la Torre Bermeja y la Peña Bermeja. Es el caso de una de las cimas más emblemáticas del país, conocida por  expertos y profanos: el Naranjo de Bulnes o Picu Urriello, alma de los Picos de Europa, que se torna esplendorosamente anaranjado al atardecer cuando el sol poniente se refleja en su impresionante cara oeste.
Quien desee admirar sin demasiado esfuerzo la mejor vista del pico la obtendrá –si la niebla lo permite- desde la explanada del monumento al Naranjo de Bulnes, levantado en 1967 en la aldea de Camarmeña. Pero aquel que desee llegar hasta su base puede optar por diversas sendas. La más tradicional, la que arranca de Puente Poncebos, permite pernoctar en el refugio de la Vega de Urriello, erigido en 1954, por iniciativa de la Real Sociedad Española de Alpinismo Peñalara y bajo la dirección del alpinista Teógenes Díaz, quien alternaba la obra con arriesgadas ascensiones en solitario. Medio siglo antes nadie había hollado aun su cima. Cuna del montañismo español el “Picu” no es la cumbre mayor del macizo (2.519 metros). Sin embargo, la versatilidad de sus caras, especialmente la occidental, con un desplome de 600 metros, hicieron creer que coronar su cima era poco más que una utopía.
Fue Pedro Pidal y Bernaldo de Quiros, marqués de Villaviciosa de Asturias, el primero en conseguirlo, en 1904, en compañía de un pastor de la zona, Gregorio Pérez “el Cainejo” que tenia la peculiaridad de escalar descalzo. Le siguió un bávaro enamorado de Asturias, Gustav Schulze, que realizó la primera escalada en solitario, y poco después (1.916) Víctor Martínez “el de Camarmeña”, quien lo hizo con la única ayuda de sus manos y sus pies. Sería la nieta de “el Cainejo”, María Pérez, la primera mujer que conquistara la cima en julio de 1935.   El 8 de Marzo de 1.956 Angel Landa Vidarte, del Grupo Alpino Turista de Baracaldo, y Pedro Udaondo, del Grupo de Montaña Juventus de Bilbao, consiguen coronar el pico por primera vez en condiciones invernales. El 21 de Agosto de 1962, los alpinistas aragoneses Alberto Rabada y Ernesto Navarro ascienden al Picu por primera vez a través de la difícil cara Oeste.
 
Innumerables han sido, desde entonces, las jornadas de triunfo o luto montañero: la primera víctima Luis Martínez “el Cuco”, encontró la muerte en 1.928, cuando intentaba la escalada en solitario. Dejó una nota en su mochila, a modo de despedida: He pasado muy mala noche por el frio pero mirando las estrellas. Reflejaba así la misma fascinación por el cielo que los pastores de Cabrales cuando cantan: “Desde el Naranjo de Bulnes se ve la niebla en el suelo por eso los asturianos estamos cerca del cielo”. La niebla es el fenómeno atmosférico más característico de  los Picos de Europa. Difumina una orográfica complicada e inhóspita y crea un entorno prácticamente inaccesible, solo permitido a los naturales de la zona y a los alpinistas que han hecho del Pico Urriellu o Naranjo de Bulnes un mito legendario y carismático.
Así es el Urriellu: testigo impasible de las luchas entre astures e invasores; del esfuerzo de aquellos pastores que debían atarse para poder segar los prados sin despeñarse e hito para quienes amaron tanto el reto de su altura como la belleza de sus parajes y la compañía de los escasos habitantes de los Picos que, en durísimas condiciones de vida, han esculpido su carácter recio con la belleza y la grandiosidad de las altas cumbres.



domingo, 2 de mayo de 2010

Picos de Europa -1-



Míticos, agrestes, solitarios, los Picos de Europa vuelven su mirada al mar, buscando tal vez a aquellos navegantes que, según la leyenda, les dieron nombre cuando, de regreso, eran las primeras cimas del continente que divisaban. Los antiguos Mons Vindius, último e inexpugnable reducto de las tribus cántabras en su desigual lucha contra Roma, fueron, ocho siglos más tarde, “Peña de Pelayo” para los cronistas árabes, hasta que el humanista italiano y capellán de Fernando el Católico, Lucio Marieno Sículo, los citara por vez primera en 1530 como Picos de Europa. Su historia geológica va más allá. Hace trescientos millones de años yacían bajo el mar que cubría esta parte de la península Ibérica, de ello da cumplido testimonio la caliza que los diferencia de la vecina cordillera Cantábrica e incluso de cualquier otro macizo español o europeo, y que facilitó que, sobre el primer modelado de los Picos, actuaran la erosión glaciar y cárstica.

El resultado de esta acción geológica fue una morfología especial que divide su estructura en tres macizos bien diferenciados: el oriental o de Andara, el central o de Urrieles y el occidental o del Cornión. El mayor de los tres, el central, posee las cotas más altas y los perfiles más agrestes: Torre Cerredo, Peña Vieja, Tiro Tirso, el Naranjo de Bulnes. La condición caliza de la montaña es, también, la responsable de las claras tonalidades de sus laderas, inolvidables para andariegos y montañeros, cuando, a la puesta del sol, se tiñen de anaranjados y rojizos que suavizan lo agreste y escarpado de sus formas.

La transparencia la pone el agua. Y no solo la de los famosos lagos de Covadonga –Enol y La Ercina-. Los Picos también cuentan con bravos ríos de montaña que, tallando sus escarpaduras, han creado otra de sus inequívocas señas de identidad: los desfiladeros. Así el Deva, con su reconocida garganta de La Hermida; el Duje; el Cares, del que dijo Víctor de la Serna que era “bravo y fuerte como ninguno en el mundo” un “Durandarte” transparente que labra durante 10 kilómetros la llamada del desfiladero de los Beyos y cuyo tradicional descenso anual finaliza, festivo y concurrido en Ribadesella. Volviendo al color, el blanco corre a cargo, a partir de diciembre, de la nieve que cubre el macizo y de los neveros que persisten incluso en los veranos más cálidos. Es un contrapunto perfecto del contraste entre los altos prados y los bosques periféricos donde se refugian los asustadizos rebecos, o los frondosos bosques de hayas y robles que se prolongan en matorrales de brezo, arándanos, piornos, helechos, zarzas y madreselvas que, en otoño, estallan en ocres, amarillos y dorados y proporcionan a quien lo contempla un espectáculo único, Y sobre el color, difuminándolo, el más habitual de todos los meteoros, consustancial al paisaje: la niebla, la misma que sumerge las zonas bajas de los Picos en un océano brumoso, mientras que en las cumbres brilla el sol y el cielo luce su azul más intenso.